lunes, 8 de junio de 2009

LA LOCA DEL BARRIO.



-¿Qué he hecho yo para merecer esto?, no me puede estar pasando a mí, después de todo lo entregado, ¡me siento traicionada!.
-¿Por qué te vas? – dije sin tratar de retener a quien más amo en mi vida, a mi hija Marisol.
-mamá por favor entiende –dijo ella, conteniendo las lágrimas, yo sabía que su decisión era dolorosa, mas no entendía el por qué.
-Qué quieres que entienda, Marisol – dicho esto, ella comenzó a llorar.
-mamá, esta vida que llevo junto a ti, no es vida – respondió en medio de su llanto, luego prosiguió: - Ricardo me ama y yo lo amo a él, que tú no lo aceptes, es tu problema. Me voy con él. Adiós – sus palabras dolieron mucho, jamás pensé que toda una vida criando una hija, me daría el premio de ingratitud que estaba recibiendo.
Mis recuerdos se fueron a aquellos días, cuando su padre nos abandonó, cuando ese cruel hombre, bueno para el alcohol y flojo como él solo, se marchó. No soportó más mi fe en dios, mis alabanzas y todo lo que hago cuando estoy en oración. Se marchó y me dejó con mi niñita; cuántas cosas pasamos. Siempre traté de dar lo mejor de mí, para que nunca le faltara nada. Hoy es casi una mujer; pronto cumplirá 18 años y se va del hogar, pues no acepto al flojo de su pololo, no lo tolero, hoy más que nunca, no le perdono que se lleve a mi hija.
Sé que Dios me la traerá de vuelta. Comienzo hoy mismo a orar para que esto suceda, para que Marisol vuelva a su hogar.

Todos los días se escuchan alabanzas a un volumen muy alto, se escuchan gritos de súplica y oración, que Daniela lanza por su niña. Ya han pasado cuatro meses, desde que se fue Marisol y ella no vuelve. La gente piensa que Daniela está loca. Ya no es la misma de antes, cuando salía a trabajar, volvía a su casa y luego salía a pasear con su hija. Ahora que Marisol no está, Daniela se volvió ermitaña, casi muda y en estos cuatro meses, ha tenido seis trabajos diferentes, pues no dura mucho trabajando en algún lugar. Siempre se mete en problemas. Luego está cesante, buscando otra vez un empleo. Marisol, por su parte, vive su vida con su pololo Ricardo. Lleva una vida tranquila. Se tienen el uno al otro… y eso les basta.
- Mi amor – dice Ricardo – ¿cuándo irás a ver a tu madre?
- ¡No sé, Ricardo! Estoy tan bien. No quisiera terminar peleando con mi mamá. Tú sabes que se enojó, porque me vine a vivir contigo.
- Pero necesitas saber de ella, amor – dijo él, como esperando que Marisol reaccionara.
-¡Ya veré mañana! – dijo Marisol, dicho esto se fue a la cocina.
Un día cualquiera Marisol despierta inquieta, se siente rara, tiene náuseas y unos síntomas, que no había sentido antes. Le pide a Ricardo:
-Amor, vamos al médico. Me siento mal.
-Ya, vamos –dijo él, preocupado, al notar que Marisol estaba mal. Al llegar a la consulta médica, el doctor los hizo pasar. Con sólo mirar a Marisol, y con los años de experiencia, le hizo unas preguntas, puesto que sospechaba que estaba embarazada; le pasó una prueba de embarazo, Marisol la hizo y esperaron el resultado. El doctor los felicitó. Les dijo que iban a ser padres. Ricardo se puso muy contento. Le rogó a Marisol para que fueran con la noticia donde su madre, a lo que Marisol accedió.
Al llegar a casa de Daniela, Marisol notó, que la casa estaba a mal traer, muy descuidada y sucia. Golpeó, alguien se asomó a la ventana, de repente se abrió la puerta y se escuchó:
- hija, por fin vuelves a casa. Dios escuchó mis ruegos –dijo Daniela, llena de alegría.
- ¡Mamà! -exclamó Marisol, viendo que su madre estaba más delgada, que de costumbre. Notó la angustia en su rostro, a pesar de la alegría de volver a verla, sintió pena por ella, enseguida expresó:
-sólo vine a verte, ¿Cómo estás?.
-Bien mi vida, ¿y tú? qué me cuentas, hija de mi corazón.
A Daniela le brillaban los ojos de felicidad, pero su cuerpo mostraba los signos del sufrimiento, de lo mal que lo había pasado.
-Pasa, hija, pasa. Disculpa el desorden, pero recién llegué y no he limpiado aún –dijo Daniela, apresuradamente, para disculparse por el desaseo que había en su casa.
-¡Mamita! – dijo Marisol, tomando las manos de Daniela, dejando caer una caricia en su rostro. Dicho esto, lanzó un suspiro y prosiguió:
- tengo que contarte algo muy importante – al decir esto se produjo un silencio entre las dos. Daniela abrió los ojos con preocupación, se imaginó un millón de cosas, al instante preguntó:
- ¿qué te pasa, mi amor? ¿Tienes un problema? ¡Cuéntame! Yo puedo ayudarte, si deseas volver a casa, recuerda que éste es tu hogar, también – expresó ansiosa, por saber qué le pasaba a su hija Marisol.
-Mamá, estoy embarazada. Voy a tener un bebé. Vas a ser abuela – lanzó, de repente la noticia, Marisol, sin pensar cuánto dolor le daría a su madre saber esto.
Daniela se sentó. Lo pensó un momento. Llevó sus manos al rostro. Se ordenó el cabello. Levantó, como pudo su cansado cuerpo; ese cuerpo abatido por la soledad, abrazó a su hija, unas lágrimas rodaron por sus mejillas, tomó aliento y dejó saber lo que pensaba:
-Marisol, eres una mujer muy joven, pero no me queda más que apoyarte, esto es lo más importante que le puede pasar a una mujer – dicho esto besó cálidamente a su hija en la frente. Marisol, por su parte, estaba contenta: su madre por fin había aceptado que su vida le pertenecía; que por fin podía despegar las alas y volar. Vivir su vida de mujer.
-Daniela aceptó a Ricardo, quien no era un mal muchacho. Los invitó a vivir con ella, para poder cuidar a Marisol durante el embarazo, a lo cual Ricardo no puso ningún problema. Vivieron tranquilamente un buen tiempo, Marisol dio a luz un varoncito al cual bautizaron como su padre. Ricardo estaba muy feliz, pero pronto comenzaron los problemas de convivencias entre éste y su suegra, Daniela, pues ella no aceptaba que él tratara de arreglar las cosas en la casa: como limpiar la mugre que había en el patio; tratar de pintar la casa o cualquier cosa que él quisiera hacer. A Daniela le parecía mal aquello, pues decía que la dueña de casa era ella, no Ricardo. Esto por supuesto molestó a Marisol, lo que la llevó a discutir con su madre. Al final optaron por marcharse del hogar: no podía soportar los arrebatos de Daniela.
- Ella, por su parte quedó muy mal. Volvió a ser la persona ermitaña de antes. Perdió el trabajo. Buscó otro… y de nuevo quedo cesante; puesto que su comportamiento era atrevido, era intolerante. Empezó a enloquecer en su fe. Volvió a escuchar sus alabanzas a un volumen muy alto. Tocaba el pandero y gritaba como poseída. En cierta ocasión estaba haciendo unos arreglos en su antejardín, martillo en mano, clavaba unas tablas sueltas, cuando un vecino se ofreció para ayudarla, ella se enfadó tanto, que le grito encolerizada:
- ¡qué se cree!, ¡que no sé hacer nada! ¡Déjeme tranquila. yo puedo hacerlo sola! – dicho esto el vecino se disculpó y se marchó. Nadie se atrevía después a ayudarla. Se corrió el rumor que estaba loca; todos en el barrio comentaban sobre ella y sus costumbres. Daniela se fue encerrando en su mundo. No hablaba con nadie. Sólo oraba. Cantaba sus alabanzas y tocaba su pandero: esa era su vida, no había nada que la sacara de su encierro. Su pena más grande era haber perdido a su hija, puesto que ella nunca más volvió. Ni siquiera para saber cómo estaba su madre. Se enteraba de ella por los vecinos, que de vez en cuando la divisaban por ahí... Se quedó sola… muy sola: encerrada en su mundo de oración, viviendo una vida miserable económicamente. Se llenó de deudas. Se quedó sin luz, sin agua y viviendo de sus vecinos ,que apenados por su condición, le tendieron la mano de vez en cuando, mas no faltaron los que decían, cuando la veían salir:
-¡Mira, ahí va la loca del barrio! ¡Pobre mujer!... ¡ya nadie la quiere!



AUTOR: MARCOS (41 AÑOS)

No hay comentarios:

Publicar un comentario